Las ciudades del Rajastán, en la India, vistas desde arriba parecen un enjambre de abejas. Con sus pequeñas y pegadas casas de adobe formando celdas para evitar los rigores del sol y sus miles y miles de habitantes dando vueltas sin cesar de un lado a otro. Pero Jodpur, desde arriba, tiene una peculiaridad, es azul. Un enjambre azul. Que se aleja en el horizonte hasta que casi se confunde con las tierras áridas que la rodean. Por eso, el mejor lugar para contemplar la ciudad es el fuerte que desde un cerro vigila sus calles, es un remanso de paz que te muestra claramente cómo es la vida en la India.
Dice la tradición que fueron primero las clases altas las que pintaron las fachadas de sus hogares del color del cielo para diferenciarlas de las clases vulgares.
Pero al parecer era un buen color para alejar a los mosquitos muy abundantes y puñeteros en esta zona. Así que el pueblo llano les imitó y así se ganó su sobre nombre: la ciudad azul.
Sea como fuere, el resultado es una mancha de color añil en medio del desierto ocre. Y en su punto central un cerro de más de 100 metros de altura donde se levantó uno de los fuertes más espectaculares de todo el país y quizá de todo el continente: el fuerte de Meherangarh.
Desde él tienes la ciudad literalmente a tus píes. Es una especie de laberinto imposible. Un imposible azul. De casas pegadas y callejones sin salida durante kilómetros. Y en medio el más absoluto caos. Un caos del que escapas gracias a las alturas y que te mete de lleno en una extraña tranquilidad.
Una tranquilidad irreal porque solo puedes escapar de ella unos minutos. En los que disfrutas de un paisaje de película, bajo un sol imponente y con el único sonido del viento. Porque una vez abandones la seguridad del castillo volverás a la locura urbana. A la India en estado puro. Pero eso lo conoceremos dentro de unos días, en el siguiente post: Jodhpur, la “Ciudad Azul” (desde sus calles).
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