Jaisalmer no es precisamente una ciudad accesible. Perdida en medio del desierto, junto a la frontera con Pakistán, esta joya de la India ve pasar la vida tratando de recuperar el estatus de sus tiempos de gloria. Pero de mientras, y como ha hecho durante los últimos 11 siglos, ofrece al viajero la oportunidad de ver uno de los atardeceres más hermosos del país. Al Sol no se le ve perderse en el horizonte por el polvo en suspensión del desierto. Pero su luz se filtra para iluminar la piedra arenisca de sus construcciones y su impresionante castillo en una conjunción de luces y color digna de los sueños de las “Mil y Una Noches”.
Como es natural en la India, cuando pregunté cómo llegar hasta el “sunset view”, me intentaron liar, montarme en un Ricksaw y llevarme al bar de no sé quién a verlo mejor. Todo ello con una llamada falsa, una advertencia de que el camino estaba cortado…
Superado este escollo natural del país, encontré un sendero que me conducía hasta él. Pero para llegar, había que cruzar las chavolas de unas familias extremadamente pobres y que vivían entre la basura y los excrementos de los animales.
Solo recibí sonrisas, apretones de mano y hasta algún abrazo. No cruzaban por allí demasiados turistas y nuestra presencia fue un acontecimiento. Nos seguían, nos hacían ofrecimientos, nos tocaban música…
Y allí nos encontrábamos rodeados de oriundos viendo como el Sol se iba a dormir el sueño de los justos tiñendo de oro la espectacular ciudad de Jaisalmer. Una pequeña urbe que alcanzó gran importancia hace siglos cuando la ruta de las especias aún no había tomado el rumbo del mar y lo hacía a lomos de camellos cruzando Asia de un extremo a otro.
Fue un atardecer de los de verdad. De los que recuerdas para siempre. Con cambios de luces y cambios de color. Con diferentes tonalidades que iban tiñiendo de rojizo la piedra arenisca de los edificios y muy especialmente del castillo habitado que preside la ciudad.
Y en un momento dado, todo se apagó. Fue cuestión de 2 minutos. Como si alguien ahí arriba hubiera decidido que la función había terminado y había apagado la luz.
Al día siguiente volvimos. Al mismo sitio. Con la misma gente y con las mismas luces. A disfrutar de un atardecer que lleva siglos sucediendo puntualmente cada día y que espero que el progreso no haga desaparecer.